martes, 4 de junio de 2013

Per... fecciones

Depende de cuales sean las circunstancias de tu vida, levantarte por la mañana y planificarte el día puede ser harto complicado. Bueno, quizá complicado no, pero sí absurdamente estéril. Cuando nos planificamos el día, se nos olvida tener en cuenta factores caprichosamente influyentes como el tiempo, las posibilidades, las voluntades de los demás y sobre todo,  las ganas de uno mismo. 
Sentado ante el ordenador me doy cuenta muchas veces que la mañana se destila de manera implacable, que  cabizbaja bucea entre mis anhelos y mis temores y se abalanza sobre mi como un gato furibundo. Son esos días en que los objetivos imaginados se aplanan como el papel y se convierten en objetivos realistas que muchas veces se posponen. Tan claros y lacerantes como una espina de pescado entre los dientes. Se convierten en esas ocasiones en las que pasan las horas y te abruma la amarga sensación que provoca la insatisfacción. 
Hay circunstancias en la vida en que el tiempo es ese laxo capricho que se banaliza y se adormece y que, cuando se despierta sobresaltado, se siente perdido. 
Posponer debería catalogarse como sinónimo de Perder y emparentado con Perfección. Perder y Perfección, que empiezan igual, son palabras parejas que muchas veces caminan cogidas de la mano y se dan el lote cuando nadie las ve, escondidas entre los matorrales de los parques, en las lindes de los bosques o en las riberas de los ríos.
De las peores características que puede tener tu forma de ser es que vayas por ahí siendo un adicto a la perfección, porque entonces te pasas la mitad de tu tiempo perdiendo momentos como resultado de posponerlos. Amar la perfección es un rasgo afín al temor y cuanto más temor se tiene, menos se avanza. 
¿Existe el miedo a la perfección? Sí, pero quizá a pretender que todo lo sea constantemente. El deseo de perfección lleva a la autoexigencia, la autoexigencia al estress, el estress a la ansiedad y la ansiedad al caos. 
Uno tiene que entender que no todo siempre a a salir bien ni a la primera, puede que ni siquiera a la segunda y debemos aceptar que exista una tercera. Uno tiene que entender que el tiempo se va y que las ocasiones   se hacen vaho. 
Aceptar que existe un factor de riesgo que es inherente a la realidad humana, al hecho de hacer y no dejar de hacer. Ese factor de riesgo que no viene por pensar en peligro sino por pensar en arriesgar. 
Muchas veces me encuentro con ideas que volatilizan por mi mente, que anidan y se escapan como pajarillos migratorios. Hay que madurarlas sí, pero no en exceso porque, como las aves, cuando tienen capacidad de volar no vas a poder retenerlas. 
Tengo un tesoro tras la mirada y una duda entre los dedos. La lucha es constante entre el avanzar y el rumiar, entre el buscar el momento y el dejar que el momento se vaya, entre el redirigir las oportunidades hacia nuevos rumbos y el seguir creyendo que por la calle por la que transito llegarán todas. Sin embargo, todo apunta a que el norte ha cambiado de lugar. 
Paladeo este momento de catarsis con regustos de cambio y deseos de nuevas vistas. Creo que llega el momento de ser actor y asumir el riesgo. El momento de mirar hacia el espacio y conquistar galaxias nuevas. De construir mi patrimonio a base de venturas y desaciertos, de travesías y pantanos, de claves de sol y síncopas posibles, de todo lo que llevo dentro y sé que es bueno. 
El único temor es temer a temer. 
Eso y que no confíes en mi.  

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